lunes, 16 de marzo de 2015

Los del noventa y seis opinamos


Se acercan las elecciones andaluzas: el próximo domingo, 22 de marzo, se iniciará un cambio en España. Un cambio a gran escala que va a afectar a la política, pero también a la cultura, a la economía, a la sociedad, a la justicia... en definitiva, a la democracia. Podemos y Ciudadanos, Ciudadanos y Podemos son los que traen este cambio, y lo hacen con dos nombres y apellidos: Pablo Iglesias y Albert Rivera. Ya dije que la gente está cansada, cansada de tanta mentira y de tanto paripé seudoliberal. Pero, además, la propia distinción de la vieja política en derechas o izquierdas se ha podrido, se ha corrompido hasta dejar unas líneas muy difusas que las separan. Porque ahora mismo el Partido Popular (tradicional fuerza de derecha) y el Partido Socialista Obrero Español (tradicional partido izquierdista) han perdido su esencia: la diferencia entre uno y otro. Y han sido estos nuevos actores quienes les han recordado quiénes son y de dónde vienen (y nunca debieron olvidar).



Podemos nació hace apenas un año (en febrero de 2014) como un partido que trataba de hacer frente a la corrupción de las viejas guardias de los principales partidos españoles. Lo hizo con una meta clara: desenmascarar al falso político y volver a brindar a la ciudadanía el significado real de político. Se acabaron las mentiras o las falsas verdades, la corrupción, el elitismo que envolvía a la política, los intereses económicos divinizados... Se vendió un producto prometedor que la gente no dudó en adquirir, ¿quién, si no Pablo Iglesias y sus colegas, nos iba a sacar del pozo en el que estábamos inmersos? El éxito del partido se vio en las europeas, donde consiguieron cinco eurodiputados, y desde entonces no han parado de crecer, basando su discurso en tres pilares (que se han ido tumbando con el paso de los meses): acabar con la casta, devolver la soberanía al pueblo y dignificar a los españoles. ¿Cómo? Pues ignorando a los gerifaltes europeos en lo relacionado con la deuda, dando un sueldo digno a todos los españoles (incluidos los parados), mejorando la sanidad y haciéndola universal, mejorando la educación y haciéndola simplemente buena. Es decir, todo lo que se esperaba que hiciera el PSOE y no hizo. Podemos se ha extendido como un virus por todo el espectro de izquierda de los españoles: el PSOE lo ha padecido fuertemente, perdiendo su dominio electoral, e Izquierda Unida ha sucumbido, quedando prácticamente relegada a un puesto testimonial en la política nacional.




Mientras, Ciudadanos nació en 2006 como un partido regional que buscaba encarnar la vía de la unión entre Cataluña y España. Vía que, según sus fundadores, había abandonado el panorama electoral catalán tras la apatía mostrada por el PP y el PSOE regionalistas. En este sentido, el partido de Albert Rivera se ha ido haciendo, poco a poco, fuerte en su comunidad (actualmente, con nueve diputados regionales, es la quinta fuerza del Parlament). Ahora trata de encontrar a nivel nacional la misma fuerza e, incluso, algo más. Para ello, ha cambiado su discurso catalanista por otro más global que le permita llegar al mayor número de españoles posible: acabar con la desigualdad reinante en el mundo judicial, mejorar la situación económica dentro de la lealtad a la Unión Europea, centralizar la sanidad y la educación para evitar variaciones entre regiones. Todo ello se basa en un impulso de la actividad económica y del empleo que se centra en la creación de empresas y, por ende, de puestos de trabajo. Es decir, todo lo que se esperaba que hiciera el Partido Popular, pero que no ha hecho. Por eso, Ciudadanos se ha convertido en el principal, y único, rival electoral del partido de Rajoy, o al menos el único capaz de quitarles votos por su lado del pastel. Y eso se ha notado en el aumento continuado de las críticas que, desde Génova, se le lanza a esta formación política (eclipsando a Podemos, principal receptora hasta la fecha de las pullas del PP). Pero a quien más ha perjudicado la irrupción del partido de Rivera es a Unión Progreso y Democracia, el partido de Rosa Díez (y solo de Rosa Díez), que se ha visto superado y vilipendiado por un partido que, a priori, era netamente inferior. 




Podemos y Ciudadanos, Ciudadanos y Podemos se han convertido en el principal acicate de los partidos tradicionales: han evidenciado sus limitaciones, ensalzado sus problemas y envenenado a su electorado con el dulce jugo del cambio. Las encuestas les dan un importante papel en el futuro Congreso de los Diputados, también en muchas comunidades autónomas; pero si algo han conseguido estos nuevos actores es volver a ilusionar, volver a enamorar al ciudadano español de la política. Y, por eso, tengo que agradecer a Podemos y a Ciudadanos que hayan existido. Solo espero que el cambio que se avecina sea para bien pero, sobre todo, para largo.



Christian A. A. S. 

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