La violencia nunca ha sido una opción. Bueno, quizá me he pasado. La violencia nunca ha sido una opción en la era supuestamente democrática (ya dije la semana pasada que no creo en la democracia que ven los políticos). Por ello, me sorprende que un país que se considere políticamente libre utilice con tanta normalidad la censura, el control ideológico e, incluso, la tan odiada violencia. No es normal. No es lícito. No es, por tanto, una opción. Quien no lo entienda tiene un problema. Y lo peor es que nos hace tenerlo a nosotros, ciudadanos indefensos de un mundo en llamas que se hunde por su propio peso.
Nunca hemos creído, ni por todo el oro del mundo, que la Venezuela de Hugo Chávez y compañía (ahora gobernada por Nicolás Maduro, "Chávez dos") fuera especialmente proclive a la pluralidad y a la libertad. Pero de ahí a utilizar todos los elementos belicosos posibles para no dispensar de estos derechos constitucionales a la población, hay un largo abismo que se antojaba insalvable. Pues no. No solo no es insalvable, sino que parece muy fácil el obviarlo. Obviar que en Venezuela viven personas que, igual que nosotros, merecen tener sus ideologías, sus creencias, sin temer por lo que les hará su Estado si se entera que no le apoyan. Serios problemas los que tiene el pequeño Nicolasito entre sus manos: un país que, cada día que pasa, es más proclive a esa revolución que, en un principio, promulgó su mentor y que ahora parece atenazarle, engarrotarle los músculos, aprisionarle en su discurso. ¿Qué va a hacer ahora?
Quizá su paranoia sea cierta y se está gestando una conspiración golpista en el país suramericano. Sin duda, no tendría que sorprenderle dada su negligente gestión del clima de conflictividad que vive el país. Tampoco debería sorprenderle que su popularidad haya caído a mínimos insospechados (menos del 20%). Todo ello era normal cuando, tras morirse Chávez, la población venezolana ansiaba un cambio de rumbo y, sin embargo, se ha encontrado con una copia barata y mal hecha del difunto. Y es que la obra de Chávez, si es que logró realmente alguna, fue mantener cohesionado en torno a él a un país que le veía como único medicamento para sus males. Efectivamente, así fue: el fallecido presidente supo sacar a Venezuela del caos social, económico y político en el que vivía y llevarla a una cierta estabilidad. Sin embargo, las cosas con Maduro marchan peor que antes de la llegada de su antecesor. Y esto no se puede permitir en un país que cada día lucha para salir adelante y para labrarse un porvenir ilusionante en una región en vías de desarrollo que puede hacer grandes cosas en el futuro.
También en Rusia la oposición se ha echado a la calle para exigir una explicación convincente de lo sucedido este fin de semana. El líder de la oposición fue abatido con cuatro disparos muy cerca del Kremlin (el parlamento ruso), en lo que ha sido un golpe muy duro para la cuestionada democracia ex soviética. Vladimir Putin no tardó en condenar el ataque y en mostrar su apoyo incondicional a la familia del fallecido. Además, ha afirmado que va a prestar toda la colaboración necesaria para llegar al fondo de la cuestión y encarcelar a los malhechores que han cometido este atentado contra la libertad. Seguramente, el presidente ruso va a ver su imagen dañada tras este altercado que podría trasladarle al abismo político en su país. A esto hay que añadirle las reacciones de todos los países occidentales, los cuales ya estaban bastante hartos con las últimas decisiones rusas en relación con la situación en Ucrania.
Y es en este momento cuando yo me pregunto por qué pasan estas cosas. ¿En qué momento alguien decidió que matando iba a lograr solventar sus problemas? ¿De verdad la gente cree que si mata al causante de sus males estos desaparecerán junto con el alma de esa persona? Si mi situación es delicada, si mi situación es extrema, entiendo que la mente canalice toda la rabia, todo el rencor que tengo dentro y me lleve a cometer actos irracionales. Sin embargo, eso no justifica hacer el mal. Y mucho menos cuando el asesinato de un joven de catorce años y de un líder opositor no tienen que ver con la causa por la que luchas. Porque, sinceramente, ¿quién se cree un policía para asesinar a sangre fría a la primera persona que pase por delante? No señores, no, esto no es el Call of Duty, no es el GTA. En este mundo esos actos no tienen cabida. Y quien no lo entienda, como ya dije, tiene un problema. Un serio problema.
Christian A. A. S.
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